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6.4.08

La Princesa Azilhú (12)

Cuando llegaron a lo más alto de la montaña más alta, el dragón se acercó al suelo, abrió sus garras y soltó a Azilhú. Ella empezó a moverse hacia todos lados pero después de asomarse, se dio cuenta que no había salida posible, todo eran precipicios. Se preguntaba cómo podría salir de allí, porque no pensaba quedarse para siempre..., tenía que encontrar una salida, la forma de volver a palacio, pero mientras, sólo hacía llorar y llorar...

El único acceso posible era a la entrada de la cueva. Estaba allí en lo más alto, sentada, con las piernas recogidas entre sus brazos y pensando que no entraría a la cueva de ninguna de las maneras. El dragón la miraba desde otro pico cercano, la observaba. Estaba tumbado pero no dejaba de mirarla. Ella le daba la espalda y no sabía si le miraba o no, tampoco le importaba. De repente se acordó de Beltrán y empezó a llorar de nuevo con más fuerzas, se imaginó todo lo que él pensaría... El dragón ya estaba acostumbrado a que las chicas nuevas llorasen durante días. Él las dejaba llorar sin decirles nada. Poco a poco se iban tranquilizando y dándose cuenta de que realmente él no quería hacerles daño, por eso, ni siquiera intentaba calmarlas.

Mientras tanto, Beltrán se había preparado para ver a "la princesita". Salió con su caballo cabalgando hasta el riachuelo pensando en el encuentro, pensando en lo que le diría, él quería seguir viéndola en muchas más ocasiones, intentaba pensar las conversaciones que tendrían. Lucas le había aconsejado antes de marcharse: "hazla reir, le encanta reir y además... ella está por ti, no tengas duda". Eso le animaba. Le hacía sentirse más seguro. Había llevado un regalo para ella: un pañuelo con una hermosísima "A" bordada por su abuela, la única que sabía en casa sobre la existencia de Azilhú. Una tarde le dijo:
- Beltrán, te noto extraño, muy pensativo pero risueño, por lo que no creo que tengas ningún problema, sino más bien algo que te alegra pero no quieres decir, ¿me equivoco?. Beltrán, hijo, tengo muchos años ya, todos reflejamos en nuestro rostro lo que llevamos en nuestro interior y tu rostro me dice que estás contento...
- Sí, abuela, estoy muy contento. He conocido a una chica, es muy bonita, simpática, amable y no puedo dejar de pensar en ella pero es una princesa y yo soy plebeyo...
- Eso puede ser complicado pero no imposible. ¿Eres correspondido?
- Creo que sí, abuela, pero aún no lo sé. Tengo una cita con ella, si acude significará que me corresponde. Estoy deseando que llegue el día y tener una respuesta.
- ¿Cómo se llama?
- Azilhú, abuela. Su nombre es precioso pero ella aún lo es más.
- Te daré un regalo para que se lo dés el día de la cita y también un consejo, disfruta de la felicidad que estás sintiendo, pase lo que pase después, estos momentos irán contigo el resto de tu vida, vívelos con todas tus ganas.
Beltrán siempre había tenido muy buena relación con su abuela. Una vez más le había demostrado que ella le conocía perfectamente y que no le podía ocultar sus sentimientos.

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