mapa amung

27.4.08

La Princesa Azilhú (14)

Desde dentro de la cueva se veía con claridad el exterior, entraba bastante luz y aunque el dragón estaba tumbado en la entrada, se veía con claridad. Se sentó en una de las rocas, no sabía qué podía hacer pero por supuestísimo que no iba a hablar con el dragón. Se quedó mirándolo fijamente, era muy grande y muy feo, daba miedo.
El blanco de sus ojos, por el paso del tiempo y por su condición de dragón es amarillo y su pupila roja, su boca es muy grande y tiene muchos dientes y muy afilados y una lengua roja y tan larga que le sale por fuera de la boca.
En la cabeza tiene dos cuernos muy largos, orientados hacia atrás y las orejas parecen pequeñas alas. La piel de su cuerpo parece dura, como con escamas grandes y con los reflejos del sol aparecen todos los tonos de los colores rosados, morados, celestes y turquesas.
Toda su espalda la recorre una hilera de púas gigantes que llegan desde su cabeza hasta donde empieza su cola, fina pero larga y que termina con una púa triangular más grande que las demás.
Sus patas traseras son muy fuertes, se apoya sobre ellas para caminar y deja el resto del cuerpo erguido, tiene unas garras muy fuertes y poderosas tanto en las patas traseras como en las delanteras.
Pero, sin duda, lo que más impresiona en el dragón son sus alas, es lo más llamativo de su cuerpo, tienen como cinco dedos gigantescos acabados en uñas como púas gigantes y todos ellos unidos por una piel semitransparente como la de los murciélagos.
Realmente, su aspecto es aterrador.

20.4.08

La Princesa Azilhú (12+1)

Al llegar al riachuelo, Beltrán comprobó que no había nadie, miró hacia todos lados pero no, no veía a nadie. "Veamos..., he llegado el primero, la esperaré. Seguro que no tarda en llegar, mejor así porque tendré tiempo de calmarme un poco, ¡qué nervioso estoy!...".

Se bajó del caballo y se sentó en una piedra a esperarla y a pensar en ella y lo que le diría: "¡Buenos días Azilhú, cuánto me alegra que hayas venido! No sabes cómo he deseado que llegara este momento para volver a verte y conversar contigo. ¿Recibiste la carta que le di a Beltrán? ¿Te gustó? Pues déjame darte un beso en la mejilla... no, no, eso no se lo puedo decir, se asustará, pero ¿cómo sabré si quiere un beso mío? ¿me lo pedirá?... debí preguntarle a la abuela. ¿Y si no le gustó la carta?, pero qué complicado es esto... y no me calmo, mi corazón galopa casi tan rápido como mi caballo. No debe tardar en llegar, pero no veo ni oigo a nadie acercarse. ¿Será demasiado temprano? Bueno, esperaré... no tengo nada mejor que hacer, hombre..., mejor, mejor sería que estuviera aquí ya pero... habrá que esperar. Si es que soy muy impaciente... que ya me lo dicen todos..."

Beltrán era incapaz de imaginar lo que había ocurrido. Azilhú pensaba en él: cómo se enteraría, Lucas estaba en Alemania, no podría decírselo, qué pensaría, que ella no tenía ningún interés por él, ¡ooooohhhhhh!, tanto tiempo esperando... lloraba y lloraba, también pensaba en sus padres: ¿podrían hacer algo para rescatarla?, a simple vista el terreno parecía complicado, no había forma de acceder..., lloraba y lloraba, ¿y sus amigas?, cuándo podría verlas de nuevo, con lo bien que lo pasaban juntas..., lloraba y lloraba.

Ya era la hora del almuerzo y Azilhú no había aparecido, Beltrán se sentía más triste por momentos, sus pensamientos sobre Azilhú empezaban a teñirse de un color grisáceo: pero qué tonto he sido, cómo he podido pensar que una chica tan bonita podía sentirse atraída por mi, pero qué me hizo pensar que ella acudiría a la cita. Está clarísimo, no ha querido verme, no le he interesado, no ha sentido la más mínima curiosidad por verme y yo pensando que estaría tan ilusionada como yo con esta cita, qué desencanto, qué tristeza en mi corazón, qué frío siento, cómo duele este abandono, cómo dueles Azilhú...

Mientras tanto, allá en lo alto de la montaña, el dragón seguía tumbado, sin perderla de vista. De vez en cuando bostezaba y se le escapaban algunas pequeñas llamas de fuego por la boca, no como cuando se enfadaba, que eran grandes llamaradas, en los bostezos eran pequeñitas.

Azilhú notaba que le dolían las piernas de tenerlas encogidas en su regazo durante tanto tiempo. Los ojos le escocían de tanto llorar. Su precioso vestido se había roto con las garras del dragón. Necesitaba estirar las piernas, incorporarse, moverse un poco. Decidió entrar a la cueva.

Bajó con cuidado por las rocas hasta la entrada. El dragón la miraba desde el otro pico de la montaña. Se levantó para verla mejor y observar sus movimientos. La entrada era muy grande y muy oscura. Desde ahí miró al interior. No veía más que oscuridad. Dio un paso más hacia adelante. Miró a su alrededor. Todo estaba oscuro. Se frotó los ojos para intentar ver algo. Sentía miedo de continuar adentrándose, por si había algún precipicio.

Cuando sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, empezó a ver algo. Había una especie de escalera que bajaba a algún lugar. Se oía el sonido acompasado de gotas de agua cayendo. Había una especie de lago con las paredes amarillentas y con estalactitas y estalagmitas que le daban un aspecto tenebroso. No hacía frío allí dentro pero el ambiente era muy húmedo. Se acercó al lago e introdujo su mano en el agua, estaba fría, la olió, tenía sed pero dudaba si beber ese agua. De repente, oyó un ruido a sus espaldas. Era el dragón, que se asomó a la entrada. Se acercó al lago. Azilhú se apartó del camino. El dragón bebió agua del lago.
- Puedes beberla. Está fresca y es muy buena.

Ella se asustó. No sabía que los dragones hablaran. Aunque sus padres le habían enseñado todo lo necesario para vivir con el dragón, si llegaba el caso, nunca habían hablado sobre él, pensaron que eso sería asustarla. Azilhú sólo sabía lo que se comentaba entre sus amigas: que había un dragón, que secuestraba chicas, que era muy malo y otras historietas casi todas inventadas... pero lo que nunca había imaginado era que el dragón pudiese hablar. No se lo esperaba. De todos modos no pensaba acercarse al lago estando él allí. Esperaría a que se fuese. Se sentía intrigada por la escalera que había visto pero no se atrevía a moverse. El dragón retrocedió hasta la entrada y se tumbó mirando hacia afuera. Por fin, Azilhú se acercó y bebió agua. Se lavó la cara y las manos. Sus suspiros se oían por toda la cueva. Había dejado de llorar pero aún necesitaba suspirar con fuerza para aliviarse.

El Domingo pasado

La semana pasada no pude escribir en el blog. El sábado por la noche fui víctima de un virus que me afectó al aparato digestivo y que me tuvo tirada en el sofá durante casi todo el domingo sin fuerzas para nada.
Intentaré hoy ponerme al día y aunque no creo que sea posible escribir el doble, al menos, trataré de hacer un capítulo un poco más largo de lo normal. ¡Habrá que echarle un poco más de imaginación...!
¡Vaya, precisamente al capítulo de la semana pasada le tocaba el número 12+1! Casualidades casuales.

6.4.08

La Princesa Azilhú (12)

Cuando llegaron a lo más alto de la montaña más alta, el dragón se acercó al suelo, abrió sus garras y soltó a Azilhú. Ella empezó a moverse hacia todos lados pero después de asomarse, se dio cuenta que no había salida posible, todo eran precipicios. Se preguntaba cómo podría salir de allí, porque no pensaba quedarse para siempre..., tenía que encontrar una salida, la forma de volver a palacio, pero mientras, sólo hacía llorar y llorar...

El único acceso posible era a la entrada de la cueva. Estaba allí en lo más alto, sentada, con las piernas recogidas entre sus brazos y pensando que no entraría a la cueva de ninguna de las maneras. El dragón la miraba desde otro pico cercano, la observaba. Estaba tumbado pero no dejaba de mirarla. Ella le daba la espalda y no sabía si le miraba o no, tampoco le importaba. De repente se acordó de Beltrán y empezó a llorar de nuevo con más fuerzas, se imaginó todo lo que él pensaría... El dragón ya estaba acostumbrado a que las chicas nuevas llorasen durante días. Él las dejaba llorar sin decirles nada. Poco a poco se iban tranquilizando y dándose cuenta de que realmente él no quería hacerles daño, por eso, ni siquiera intentaba calmarlas.

Mientras tanto, Beltrán se había preparado para ver a "la princesita". Salió con su caballo cabalgando hasta el riachuelo pensando en el encuentro, pensando en lo que le diría, él quería seguir viéndola en muchas más ocasiones, intentaba pensar las conversaciones que tendrían. Lucas le había aconsejado antes de marcharse: "hazla reir, le encanta reir y además... ella está por ti, no tengas duda". Eso le animaba. Le hacía sentirse más seguro. Había llevado un regalo para ella: un pañuelo con una hermosísima "A" bordada por su abuela, la única que sabía en casa sobre la existencia de Azilhú. Una tarde le dijo:
- Beltrán, te noto extraño, muy pensativo pero risueño, por lo que no creo que tengas ningún problema, sino más bien algo que te alegra pero no quieres decir, ¿me equivoco?. Beltrán, hijo, tengo muchos años ya, todos reflejamos en nuestro rostro lo que llevamos en nuestro interior y tu rostro me dice que estás contento...
- Sí, abuela, estoy muy contento. He conocido a una chica, es muy bonita, simpática, amable y no puedo dejar de pensar en ella pero es una princesa y yo soy plebeyo...
- Eso puede ser complicado pero no imposible. ¿Eres correspondido?
- Creo que sí, abuela, pero aún no lo sé. Tengo una cita con ella, si acude significará que me corresponde. Estoy deseando que llegue el día y tener una respuesta.
- ¿Cómo se llama?
- Azilhú, abuela. Su nombre es precioso pero ella aún lo es más.
- Te daré un regalo para que se lo dés el día de la cita y también un consejo, disfruta de la felicidad que estás sintiendo, pase lo que pase después, estos momentos irán contigo el resto de tu vida, vívelos con todas tus ganas.
Beltrán siempre había tenido muy buena relación con su abuela. Una vez más le había demostrado que ella le conocía perfectamente y que no le podía ocultar sus sentimientos.