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29.6.08

La Princesa Azilhú (20)

Al día siguiente, Lucas fue a ver al rey y a la reina. En cuanto llegó, la reina le recibió inmediatamente. Al verse, ambos empezaron a llorar. La reina sabía que Lucas había estado fuera estos días y que acababa de enterarse de la horrible noticia y había acudido al encuentro lo antes posible:
- ¡Hola, Lucas! Ya te has enterado, ¿verdad?
- Sí, ayer en cuanto llegué me lo dijo mi madre. Desde entonces estoy muy triste. No paro de pensar en ella y en qué podría hacer para ayudarla.
- ¡Ay, Lucas! Si pudiéramos hacer algo por ayudarla, ya lo habríamos hecho, pero es imposible, ella lo sabe y nosotros lo sabemos... La ví, ví cómo el dragón se la llevaba volando entre sus garras. Fue el peor momento de mi vida. Aquel día, ella salió muy temprano en su caballo a dar un paseo y dijo que volvería para almorzar, pero no volvió. Apenas un ratito después de irse, oímos un estruendo en el cielo, a todos nos llamó la atención y al mirar, la vimos entre sus horribles garras, luchando por soltarse... Poco después llegó su caballo solo y asustado. Así ocurrió todo.
Lucas charló un rato con la reina intentando consolarla y darle un poco de ánimo. Verdaderamente la situación no tenía remedio posible más que esperar a que llegara el momento en que el dragón la dejase libre. Estaba deseando ver a Beltrán y saber si pudo verla, si él estuvo presente en ese fatídico momento. Sabía que no, si Beltrán hubiese estado allí, habría luchado contra el dragón hasta perder la vida, pero no se hubiera quedado de brazos cruzados. Seguro que no.
Hablaron durante largo rato hasta que Lucas se despidió de la reina prometiéndole que pensaría en algo para ayudar a Azilhú. No se daba por vencido, pensaba que Beltrán y él podían formar un buen equipo contra el dragón. No podía dejar de pensar en buscar alguna forma de ayudar a Azilhú.
Regresó a casa y preparó unas pocas cosas. Se despidió de su madre y partió para ver a Beltrán. Su caballo iba a toda prisa. Estaba deseando llegar y hablar con él. Su cabeza no hacía más que pensar en Azilhú y en lo mal que lo debía estar pasando. Pronto vió a lo lejos la casa de Beltrán. Al llegar, preguntó por él rápidamente y le indicaron que estaba en su dormitorio. Se cruzó con su abuela, quien se alegró mucho de verle y le pidió que animara un poco a Beltrán, que estaba muy triste. Ella ya sabía la parte de la historia que Beltrán le había contado y pensaba que tenía motivos sobrados para estar triste, pero, evidentemente, no sabía toda la verdad porque tampoco Beltrán la conocía.

- ¡Hola! ¿Beltrán, estás ahí? Soy Lucas. ¿Puedo entrar? -dijo abriendo un poco la puerta-.
- Sí, sí, pasa Lucas, por supuesto que puedes, adelante.
Lucas se acercó a él y se saludaron efusivamente.
- ¿Cómo fue tu viaje, Lucas?
- Muy bien, todo fue estupendamente. Llegué ayer, pero no he venido a hablar de mi viaje...
- ¿Ah, no? Pues dime, ¿de qué quieres hablar? -Lucas puso cara de enfado, sabía que quería hablar sobre el día de la cita con Azilhú-.
- Verás..., no sé muy bien cómo empezar... ¿Acudiste a la cita con Azilhú?
- Sí, claro, claro que acudí, aconsejado por ti, me dijiste que ella estaba deseando verme, pero creo que sólo se rió de mi. Sólo lo hizo para divertirse. No acudió. Estuve esperando toda la mañana y no vi ni rastro de ella. He decidido que no quiero verla nunca más. Si me traes un mensaje de ella, no quiero ni saberlo.
- Lo sabía, estaba seguro de que no habías estado presente.
- ¿Cómo que no? Estuve allí toda la mañana esperándola, fue ella la que no se presentó.
- No, no me refiero a eso. Me refiero a que no tienes ni idea de lo que ocurrió ese día, ¿verdad?
- Bueno, yo sé lo que pasó, y pasó que sólo acudí yo.
- Vamos a ver, prepárate que te cuento lo que ocurrió... El día de la cita, Azilhú salió muy temprano de su casa, me lo ha dicho su madre, salió a pasear con su caballo, eso es lo que le dijo a ella. Poco después, escucharon un gran estruendo en el cielo y cuando miraron, vieron que un dragón se llevaba a Azilhú entre sus garras.
Los ojos de Beltrán se abrieron como enormes ventanales asombrados por la noticia. Tenía la cara desencajada y el ritmo de su respiración había aumentado considerablemente.
- ¿Un dragón?, pero ¿qué dragón?, pero ¿es cierto lo que me cuentas?, ¿y qué pasó?, ¿cómo está ella ahora?, ¿puedo verla?
Un millón de preguntas se amontonaban en la cabeza de Beltrán y sólo algunas atinaban a salir por su boca.
- Déjame que te cuente, Beltrán. El dragón que se la ha llevado suele actuar así en nuestra región. Se lleva a una chica joven, la mantiene en su inaccesible cueva durante un tiempo y luego, pasado ese tiempo, la libera sana y salva. Pero mientras tanto, todos los que intentaron hacer algo por liberarlas antes de que lo hiciera el dragón, no consiguieron nada en absoluto. Nada.

Beltrán estaba como hipnotizado. No daba crédito a lo que Lucas le contaba. No lo asimilaba. No creía que algo tan horrible pudiese ocurrir y que le pudiese ocurrir a Azilhú, la chica más preciosa que jamás había conocido, y que le pudiese ocurrir a él, y que hubiese existido un motivo realmente de peso para que Azilhú no hubiese asistido a la cita. Empezaba a ver un rayito de luz. Un rayito como el que entraba en la cueva del dragón e iluminaba toda la sala donde dormía Azilhú. Era el mismo rayito para los dos. Ambos se alimentaban ahora de la misma ilusión, la ilusión que les llevó aquel día a aquel sitio pero en distintos momentos y con tan trágico desenlace. Había otro desenlace mucho más agradable y mucho más deseado pero aún quedaban obstáculos por salvar... ¡todo se andará!

15.6.08

La Princesa Azilhú (19)

A lo lejos se veía un caballo galopando, dejando una nube de polvo detrás. Se aproximaba rápidamente. Sí, ya se podía distinguir. ¡Es Lucas!. Ya está de regreso. Llegó a su casa, bajó del caballo a toda prisa y fue corriendo a saludar a su madre:
- ¡Hola, mamá! Ya estoy en casa. ¡Qué ganas tenía de volver! ¡Qué bien se está en casa!
- ¿Lo has pasado mal, hijo? ¿Algún contratiempo...?
- No, no, ninguno, pero ya estaba deseando volver para veros, y ver a mis amigos y recuperar mi vida. Estoy cansadísimo de tanto cabalgar. Mañana visitaré a algunos amigos. Por cierto, ¿cómo fue la estancia de Beltrán y sus padres? Supongo que todo bien, ¿verdad?
- Sí, sí, Beltrán se fue antes de lo esperado porque recordó algo que había dejado pendiente, por lo demás todo bien.
- ¡Que había dejado algo pendiente...? ¡Qué raro...!
- Pues sí, sólo estuvo un día y se marchó. Ni siquiera se despidió, le pidió a su madre que le despidiera de nosotros. Lucas, -su madre le cogió las manos entre las suyas- tengo que contarte algo que ha pasado y sé que te va a afectar bastante, -hizo una pausa larga-. El dragón volvió...
- ¿El dragóóóóón...? ¡Oh, no! ¿Se ha llevado a alguna chica...? Mamá..., ¿alguna conocida...? Dímelo, por favor. Me tienes en ascuas... dilo, mamá.
- Sí, Lucas. Se ha llevado a una amiga tuya. Tu mejor amiga, la Princesa Azilhú.
- Pero, mamá, ¿cómo puede ser...? ¡Ay, Dios!, ¡qué tragedia!, ¿cómo están sus padres? Tengo que ir a verles... y... ¿no se sabe nada de ella...? Mamá, ¿nadie ha hecho nada...?
- Lucas, sabes que es imposible, nadie ha salido de allí. Saldrá sana y salva cuando el dragón la libere, pero tendremos que esperar. No hay otra posibilidad.
- Mamá, pero...
- Lucas, no es posible, no podemos ayudarla, no podemos hacer nada...
- ¿Cuándo ocurrió, mamá?
- Pues sólo unos días después de irte. Beltrán y sus padres llegaron un sábado y ocurrió al día siguiente, el domingo.
- ¿El día siguiente, dices?
- Sí, aunque lo supimos unos días después y desde entonces todos los que la conocemos estamos muy tristes... pensamos en ella, en sus padres... ¡qué tristeza!, ¡qué desolación!
-¿Y Beltrán lo sabía?
- Pues no lo sé, hijo. No sé si Beltrán la conocía. Sus padres me dijeron que ellos no la conocían, pero cuando nos enteramos, ya Beltrán se había ido unos días antes.
- Mamá, tengo que irme. Voy a visitar a los padres de Azilhú y mañana iré a ver a Beltrán.
- De acuerdo, hijo. Si crees que es lo que debes hacer, hazlo, pero no entiendo la relación entre una cosa y la otra.
- Es largo de contar, mamá, pero créeme, es importante que lo haga.
- De acuerdo, hijo.

8.6.08

La Princesa Azilhú (18)

Ya llevaba casi un mes viviendo en la cueva y se iba acostumbrando a estar allí. La verdad es que no había mucho con lo que entretenerse. Por la mañana, al levantarse, se acercaba al lago que estaba junto a su cama, buscaba el lugar donde se veía reflejada, se lavaba la cara, se arreglaba un poco el pelo, se lo recogía con una cinta que se había hecho de un trozo de tela y, mirándose fijamente se decía: ya queda un día menos e intentaba sonreirse a si misma.
Luego arreglaba su cama para que estuviera cómoda por la noche. Aunque era sólo de paja y telas, dormía con la suficiente comodidad, dadas las circunstancias, y no sentía nada de frío y cuando había luna llena, la luz de la luna entraba por el pequeño hueco que había en el techo y le hacía compañía, iluminaba toda la sala y teñía de plata todo a su alrededor.

Había encontrado un trozo de pared bastante lisa y una piedra muy dura con la que iba anotando los días que pasaban, 25 días llevaba ya en aquella cueva. Cada día se le hacía interminable, infinito. No tenía mucho que hacer y su mente repasaba los recuerdos que almacenaba en su memoria, con sus padres, con su prima, con sus amigas, jugando, divirtiéndose, charlando y, sobre todo pensaba en Beltrán. Recordarle le entristecía enormemente porque pensaba que supiese o no lo que había ocurrido realmente, él no le iba a estar esperando a ella sin saber cuándo iba a terminar ese cautiverio y si, en efecto, terminaría positivamente.

Cuando ya el sol iluminaba toda la sala, Azilhú subía las escaleras. Casi siempre estaba el dragón allí, delante de la entrada, tumbado en el suelo, despierto y siempre le decía:
-Buenos días.
Pero ella no contestaba, aún estaba demasiado enfadada y no pensaba hablar nunca con él. ¡Era un dragón! ¿Qué podía hablar con un dragón?
Se sentaba cerca de la pequeña laguna mirando hacia la salida. "Tengo que buscar la forma de escapar de aquí. No puedo quedarme con los brazos cruzados. Debe haber alguna forma."
Nadie había escapado nunca de la cueva del dragón. Nadie. Sólo cuando el dragón quería dejaba en libertad a sus víctimas, pero sólo cuando él lo decidía. Esto no lo sabía Azilhú y pensaba que tenía alguna posibilidad de huir pero era imposible.

El dragón sólo se alejaba de la cueva para buscar comida. Hasta ahora, cuando había traído comida, eran piezas pequeñas: pollos, conejos, faisanes... que Azilhú había cocinado sin mucha dificultad. El dragón traía también trozos de árboles para la hoguera que encendía él con su propio aliento. Azilhú era buena cocinera y no había hecho enfadar al dragón ni una sola vez.

25.5.08

La Princesa Azilhú (17)

Después de cabalgar durante un buen rato, Beltrán llegó a su casa. Dejó el caballo, cogió su equipaje y entró muy deprisa hacia su habitación. Estaba muy enfadado. Estaba enfadado consigo mismo. No podía estarlo con nadie más. Nadie le había obligado a ir a buscar a Azilhú. Él lo había decidido solito y fue una mala decisión. Ahora lo sabía. Se encerró en su habitación y se tumbó en la cama, mirando hacia el techo. Los pensamientos en su cabeza le martilleaban el cerebro y la respuesta a todas sus preguntas siempre era la misma: ¡qué tonto he sido! Aunque intentaba pensar en otra cosa, siempre volvía a lo mismo, a su cita, a su torpeza, a su ingenuidad y, de nuevo, la respuesta: ¡qué tonto he sido!
Llevaba ya más de una hora encerrado en su habitación. Su abuela no lo había visto llegar pero lo había oído subir las escaleras a toda prisa y cerrar la puerta de su dormitorio con un portazo. Sabía que algo había ido mal, pero no se atrevía a molestarle. Se acercó a la puerta, no se oía nada. Estaba preocupada por él, no sabía qué había ocurrido. Se decidió a llamarle. Golpeó la puerta.
- Sí, ¿quién es?
- Beltrán, soy yo. ¿Estás bien? ¿Te ocurre algo?
- Abuela, no tengo ganas de hablar ahora, luego charlamos, ¿vale?
- De acuerdo, hijo, como tú quieras...
La abuela se preocupó un poco más. Beltrán era un chico muy comunicativo y le gustaba hablar con su abuela, de hecho, ella era la única que sabía sobre su cita con Azilhú. Pero también sabía que debía dejarle tiempo para pensar, él tenía algo rondándole por la cabeza y se sentía mal, eso estaba clarísimo. Sólo tenía que dejarle un poco de tiempo y él mismo le contaría...

Por su parte, Azilhú también pensaba en Beltrán, con una gran diferencia, ella sabía lo que había ocurrido y sabía lo que debería estar pensando Beltrán pero no podía hacer nada por cambiarlo, por poner remedio.
Había subido, de nuevo las escaleras. Ahora veía con más claridad dentro de la cueva. El dragón seguía en la entrada. Se acercó hacia otra zona del interior y descubrió unos recipientes, imaginó que allí era donde habían cocinado otras chicas la comida para ellas mismas y para el dragón. Recordaba la receta para hacer oso con guindillas, cerdo con pimientos, pollos encebollados... y muchas más que había aprendido a hacer. Ahora entendía para qué le servían todas aquellas recetas que su madre se había empeñado en enseñarle.
El dragón tenía fama de ser muy comilón, claro, que también era muy grande y podía acabar con un cerdo enterito en 3 bocados, pero también tenía fama de enfadarse con gran rapidez cuando alguna comida no le gustaba y entonces, fruncía el ceño fuertemente, pataleaba en el suelo haciendo que se moviera todo el terreno a su alrededor, expulsaba humo por los orificios de su nariz y una gran llamarada de fuego por su boca y quemaba todo lo que se interpusiera en su camino: persona, animal o cosa, así que, si llegaba el momento, lo mejor era estar lo más lejos posible de él.